Una joven caminaba un día de 1951 por Madrid. Era un día de aquellos en los que tanteaba, buscaba una fe en Dios que no sentía. Era escritora y famosa, tenía treinta años y había ganado el premio Nadal con una primera novela inteligente y valiente, Nada, que narraba la vida de la España de postguerra. Se llamaba Carmen Laforet, pero cuando llegó a su casa, ese día no volvería a ser nunca la misma mujer. Había experimentado, ya de vuelta, una experiencia mística que la transformaría para siempre.
" Me ha sucedido algo milagroso, inexpresable, imposible de comprender para quien no lo haya sentido y que, sin embargo, tengo absolutamente la obligación de contar...Dios me ha sumergido en su misma Esencia. Ya no es que no haya dificultad para creer, para entender lo inexpresable...es que no se puede no creer en ello".
Su experiencia de Dios fue tremenda, aunque después tuvo que buscar y que luchar en la búsqueda y en la enfermedad física. Pero siempre ya encontraba a Dios en todas partes...
" Me ha sucedido algo milagroso, inexpresable, imposible de comprender para quien no lo haya sentido y que, sin embargo, tengo absolutamente la obligación de contar...Dios me ha sumergido en su misma Esencia. Ya no es que no haya dificultad para creer, para entender lo inexpresable...es que no se puede no creer en ello".
Su experiencia de Dios fue tremenda, aunque después tuvo que buscar y que luchar en la búsqueda y en la enfermedad física. Pero siempre ya encontraba a Dios en todas partes...
