Paseando por las calles de Rusia, durante la hambruna que acompañó a la guerra, el gran escritor Tolstoi se encontró con un mendigo. Revisó sus bolsillos buscando algo para darle al hombre. Pero no tenía nada: ya lo había dado todo. Movido a compasión, abrazó al mendigo, besó sus mejillas y le dijo: "No te enfades conmigo, hermano, no tengo nada que darte". El rostro del mendigo se iluminó. Y brillaron las lágrimas en sus ojos, mientras le decía agradecido: "Pero tú me has abrazado y me has llamado hermano.¡Eso es un gran regalo!".