Desde toda la eternidad y en previsión de los méritos de Jesucristo (para Dios no hay tiempo, todo es ahora, y nada es imposible), el Padre distinguió a María sobre las demás criaturas. Entre tantos dones especiales con que fue enriquecida la que iba a ser la madre de su Hijo, destacan su Inmaculada Concepción y su Asunción en cuerpo y alma, acabado el curso de su vida terrena, a la gloria celestial. Esta es la fiesta que hoy celebra con gozo el pueblo cristiano.
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